Manuel Alejandro Rayran Cortés / @ManuelRayranC

El pasado 1 de agosto, el expresidente Donald Trump fue acusado de tres conspiraciones: una por defraudar a Estados Unidos, otra por obstruir un procedimiento oficial del gobierno, y una tercera por privar al pueblo de derechos civiles previstos en la Constitución. Los anteriores señalamientos están motivados por su papel en el asalto al Capitolio y la interferencia en las elecciones de 2020, en las que, utilizando las instituciones del propio Estado, buscaba mantenerse en el poder y convertir unas elecciones democráticas como ilegítimas. 

Este nuevo episodio en la política estadounidense recuerda que el año 2016 fue de suma importancia para el mundo porque iniciaba de manera definitiva la era de la pos-verdad, práctica que permitió que el Reino Unido saliera de la Unión Europea a través del proceso político conocido como Brexit y la elección del presidente Trump. Estos dos sucesos fueron tan significativos e impactantes para las nuevas agendas políticas del mundo que incluso el Diccionario de Oxford declaró que la palabra de esa anualidad fuera “post-truth” (pos-verdad).

Según Oxford, la pos-verdad es sinónimo de “unas circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos a la hora de condicionar la opinión pública que los llamamientos a las emociones y a las creencias personales”. Para lograr lo anterior, el expresidente Trump ha ofrecido algunas estrategias que le han funcionado para debilitar la verdad e impere el caos y la confusión. Entre las que se pueden mencionar están: primero, que la marca es más importante que la realidad. Segundo, es imprescindible concentrar la notoriedad con discursos, actos o afirmaciones que apelen al sentimiento del elector para evitar que exista una cobertura objetiva y exhaustiva de los sucesos. Tercero, la historia es más importante que los hechos. Cuarto, ofrecer una serie de enemigos que le permita a los electores o ciudadanía desempeñar un papel clave y un plan mítico para regresar al pasado. Cuarto, hacer que lo visceral esté por encima de lo racional, y que lo engañosamente simple sobre lo honestamente complicado. 

Lo anterior, entonces, ha llevado a que el valor de la verdad se desplome; a que la ciudadanía se tome al pie de la letra la subjetividad de la realidad con las teorías conspirativas, pero no a tomarse en serio sus narraciones; a que el objetivo no sea que la ciencia obtenga una victoria académica, sino la confusión popular; y a que con el exceso de información se difundan sistemáticamente las falsedades para que los noticieros durante todo el día tengan un hambre insaciable de confrontación, dejando en el aire la ilusión y sensación de un debate entre unas posturas igualmente legítimas así estas caigan en mentiras o tergiversando los hechos para hablar de neutralidad y mantener en el tiempo las discusiones sin un pronto final que esté ajustado a la realidad.

Así pues, en la actualidad, el mundo vive un proceso de descomposición en el discurso público y en las prácticas políticas en el que tanto electores como políticos se han confabulado para banalizar la realidad y olvidar las líneas del realismo que siempre recordarán a la humanidad que los hechos son lo hechos. Para contener la posverdad, entonces, es necesario que: primero, la ciudadanía se cualifique cada vez más para que construya criterios sólidos y analice la realidad a través de los sucesos fácticos y no con discursos grandilocuentes que buscan confundir a la población para que reine la subjetividad. Segundo, se debe atacar la indiferencia ante estas prácticas que tergiversan la realidad y para ello debe existir un mayor compromiso de todos con la ciencia y la academia. Tercero, las instituciones validadoras de la realidad, que gozaban de esa legitimidad por su exhaustivo trabajo por encontrar la verdad, deben retomar su papel protagónico en la defensa de la democracia, en especial los medios de comunicación, los cuales, lamentablemente por aumentar seguidores y ganar clics en las redes sociales, han caído en el juego de la posverdad y en la difusión sistemática de falsedades.

La posverdad la combatimos entre todos, y por esa razón debemos actuar como adultos responsables, pues no podemos esperar que la solución llegue de los demás o del Estado.