Manuel Alejandro Rayran Cortés / @ManuelRayranC

El pasado 20 de mayo el Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI), Karim Khan, le solicitó a los jueces del tribunal emitir órdenes de arresto contra el primer ministro Benjamin Netahnyahu y su ministro de defensa Yoav Gallant, acusándolos por crímenes perpetrados contra civiles Palestinos, a los que se refirió como “matar deliberadamente de hambre a civiles, homicidio intencionado y exterminio y/o asesinato”; en este mismo sentido, acusó al líder de Hamas Yahya Sinwar, al comandante de las Brigadas Al Qassam Mohammed Diab Ibrahim al Masri, y al jefe de la oficina política de Hamas Ismail Haniyeh, por el atentado del 7 de octubre de 2023.

Aunque en este momento los jueces del tribunal están estudiando las pruebas presentadas por el Fiscal para emitir o no las órdenes de captura, este suceso se convierte en un hito de suma importancia para la humanidad porque ratifica que el Derecho Internacional Humanitario (o las reglas de la guerra) son de cumplimiento obligatorio sin importar si es un Estado o actor no estatal quienes cometen los crímenes. Además, demuestra cierta independencia de la CPI, ya que está dispuesta a estudiar y a juzgar todos los casos que se presenten sin importar que sea una potencia del sistema internacional o que sea cercana a Estados Unidos y Europa.

Ahora bien, ante la noticia, y como era de esperarse, el gobierno de Israel salió en lanza ristre contra la CPI, pues la acusó de trabajar para la organización de Hamas y que promovía el antisemitismo, narrativa que el gobierno de Netanyahu ha utilizado para ocultar sus actos genocidas y que poco a poco están perdiendo fuerza en el escenario internacional, pues ocultar su orgía bélica es difícil, en la medida que todos los días se publican en redes sociales videos de niños, niñas, mujeres y hombres palestinos siendo asesinados o quemados vivos por parte del ejército israelí. 

Estas acciones del gobierno israelí, revalida de nuevo que, como lo analizaba en mi columna anterior titulada: “Israel: sus mitos y derrota estratégica”, Israel podrá “obtener” logros tácticos de corto plazo porque avanza sobre el terreno; pero no garantizará una victoria estratégica hacia el futuro, ya que no ha logrado aniquilar al grupo Hamas y sus acciones tienen cada vez más un impacto negativo sobre su reputación y prestigio a nivel internacional. Pero existen otras dos razones adicionales para que la estrategia de Israel no funcione en el tiempo, y se debe a que, primero, esta apunta a la “aniquilación total” de Hamas a través de una represión militar, política calcada de la “lucha contra el terror” que Estados Unidos aplicó en Afganistán y que tampoco dio resultados; y segundo, el Primer Ministro Netanyahu carece de un plan para Gaza después de eliminar a Hamas. 

De acuerdo con los defensores de esta estrategia, para acabar con el terrorismo, los esfuerzos militares deben estar centrados en ataques aéreos o con drones, los cuales, según ellos, son precisos, pero que la realidad demuestra que no lo son, ya que, por el contrario, tienen altos daños colaterales dejando víctimas inocentes, incrementan el reclutamiento y fortalecen las organizaciones terroristas por el sentimiento de venganza que generan. Por lo anterior, académicas como Mary Kaldor y otros han insistido en la necesidad de construir nuevas culturas de seguridad, en el que el diálogo, la construcción y el mantenimiento de la paz esté en el centro de la agenda y no los ataques bélicos. 

La apuesta de una cultura de seguridad a partir del diálogo y la transformación cultural se sustentan con investigadoras como Audrey Kurth Cronin quien ha demostrado que, primero, la implementación de políticas como la lucha contra el terrorismo no son efectivas porque no eliminan a los grupos terroristas y, segundo, la conquista de los objetivos por parte del grupo terrorista es casi nula también. Estos resultados, entonces, conducen a ciclos de violencia interminables y a la construcción de políticas públicas que, en muchas ocasiones, terminan agrediendo las libertades individuales y violando los DD. HH. de la población civil en donde se desarrollan los enfrentamientos. 

En sus investigaciones, Kurth demuestra que la represión militar para acabar el terrorismo no es eficiente en la medida que los Estados no conocen a profundidad el funcionamiento de estos grupos terroristas, sumado a que tienen unos costos políticos elevados por el exceso de derramamiento de sangre y el despilfarro de dólares que salen de las arcas de los contribuyentes. Ahora, en el caso de la efectividad de los grupos terroristas, de acuerdo con Kurth, durante el siglo XX tan solo el 5% de estas organizaciones han conquistado sus objetivos. Ejemplo de esto fue la organización terrorista sionista Irgún, la cual se desmanteló, una vez con apoyo de Europa y Estados Unidos, los británicos salieran de Palestina, obligaran a las comunidades árabes a huir y ayudar a sentar las bases para el establecimiento del Estado de Israel.

Lo anterior, sumado a la ausencia de un plan por parte de Netanyahu sobre Gaza una vez cumpla su objetivo militar, conducirá a que su gabinete de guerra se empiece a desintegrar, como acaba de suceder mientras escribía esta columna, pues Benny Gantz, una pieza clave por no ser una figura radical como Netanyahu, renunció al gabinete y argumentó que su salida está motivada por la falta de claridad del Primer Ministro sobre cómo terminará la guerra.